Consulta aquí la entrevista con Javier Fesser, codirector de «El monsrtuo invisble»

Consulta aquí el encuentro online con los miembros del cortometraje

Las tragedias, cuando afectan a los niños son especialmente dolorosas y aumentan el sufrimiento de quienes las contemplan. Además llevan añadidas una acusación, una carga de profundidad contra el mundo de los mayores. La violencia, en cualquiera de sus formas, contra los inocentes, contra los más vulnerables, contra los más indefensos, posiblemente sea el crimen más horrendo. Contemplar un plano panorámico de unos niños sobre una inmensa montaña de basura, impresiona. Cuando a través de planos más cerrados se nos descubre su actividad, el medio de vida de estos chiquillos, para que no les alcance ni a ellos ni a sus familias el monstruo invisible (la desnutrición infantil), indigna. Nadie puede ser indiferente. Son imágenes que resultan especialmente duras porque nuestra sensibilidad de habitantes de un mundo supuestamente desarrollado no está acostumbrada a contemplar en toda su crudeza tanta pobreza, tanta calamidad, tanta injusticia.

Fotograma El monstruo invisible

Fotograma El monstruo invisible

Pero ahí no queda la cosa. Cuando esos niños acaban su jornada y vuelven a sus humildes casas y tienen la inmensa suerte de poder reunirse con sus familias para ver las imágenes que salen de un viejo televisor, siguen siendo víctimas de un sistema y de unos mensajes publicitarios que les rebozan por la cara lo fácil que es comerse unos crujientes muslitos de pollo… mientras tengan dinero para pagarlos, claro. Los primeros planos de los niños en ese momento, no solo revelan su anhelo inmediato sino su perplejidad ante esos mensajes que parecen provenir de un mundo lejano y extraño del que ellos, en algún momento y sin conocer las razones, han sido expulsados.

El monstruo invisible tiene también unos parientes cercanos, monstruos como él, pero más visibles, que se llaman explotación, ignorancia, pobreza y guerra, empeñados en amargar, aún más, la existencia de todos estos supervivientes.

Sin embargo, este corto neorrealista, en el sentido de que sus directores denuncian unos hechos con los que están éticamente comprometidos, dosifica acertadamente la introducción de algunas notas de humor e ironía que ayudan al espectador a sobrellevar la crudeza de la realidad mostrada. La presentación del personaje del niño obeso y maleducado y la conversación del padre del niño protagonista con uno de sus viajeros, respectivamente, son dos ejemplos de ello. Pero además, el corto también habla de la importancia de la familia, del valor de la educación, de la solidaridad, del mantenimiento, a pesar de todo, de la ilusión y de la alegría, y de la importancia de perseverar para ver realizados los sueños.

Mientras haya chavalines que con los despojos de una sociedad sigan construyendo cometas, y sigan existiendo sonrisas de niños que iluminen los lugares más sórdidos y lúgubres del mundo, los monstruos, todos, los visibles y los invisibles, estarán condenados, tarde o temprano, a desaparecer.

Por Juan Carlos Rojas.