Consulta aquí la entrevista con Javier Marco, director de «A la cara»

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En ocasiones, las películas y los cortometrajes tienen la capacidad de llevarnos a realidades fantásticas, a mundos lejanos, donde la vida es distinta y se guía por unas normas ajenas a nuestra cotidianidad. Otras veces, realizan el viaje a la inversa; nos conducen hacia el interior de la mente, invitándonos a reflexionar sobre una cuestión moral que resulta aterradora al planteársela a un espectador que probablemente no había reparado en ella. Este camino es más difícil, porque le involucra directamente en la historia, ayudándole a ser más consciente de su realidad. 

Dicha vía es la que toma Javier Marco en A la cara, trabajo ganador de tres Premios Fugaz, incluido mejor guion, y que partía ya como uno de los favoritos de este año. El director ya nos había conducido por la senda de la introspección de la mano de Uno (2018) o de Muero por volver (2020), entre otros proyectos en los que establece un diálogo con una realidad amarga que inquieta al espectador en términos morales. Si en el caso de Uno el cineasta plantea una reflexión político-social, con los otros dos, el dilema será, además, tecnológico. 

Fotograma de A la cara

Fotograma de A la cara

A la cara aborda un problema de rabiosa actualidad, en el que se ven involucradas dos personas: una presentadora de televisión famosa, interpretada por Sonia Almarcha, y un hombre anónimo, encarnado por Manolo Solo; ambos ganadores del Fugaz a mejor actriz y mejor actor. El conflicto fundamental que se plantea en el corto tiene su origen en un comentario ofensivo y denigrante que este hombre desconocido y pobre de espíritu hace en Twitter: la red social donde el odio campa a sus anchas, suponiendo un problema psicológico para la gente sensible. Porque el corto trata de eso precisamente: de los problemas entre apariencia y realidad, entre lo virtual o lo real (si es que esta diferencia existe, que no lo creo), entre la cuenta oficial y su hater personal; trata de la relación inmadura y pueril que tenemos con las redes sociales y de la lejanía existente entre nuestra faceta en línea y aquella que es más inmediata: la del salón de nuestra casa, la del recibidor; esa en la que el baño necesita una reforma y en la que hay medicinas acumuladas en la habitación; en definitiva, la faceta en la que la mediocridad es casi insultante y desemboca en una urgente necesidad de atención (el ya clásico “casito”, en términos twitteros).

Esta realidad tan actual se expresa de forma trágica, mostrando lo peor de las dos partes. El espectador observa un drama formado por dos personas tristes, en una situación que roza la depresión, si es que no se ha alcanzado ya, y que se enfrentan cara a cara, físicamente, después de haberlo hecho mediante tweets. Este enfrentamiento resulta despiadado, es desagradable e invita a reflexionar, a través de la multitud de silencios creados entre los personajes, sobre la soledad escondida detrás de una red social que nació para potenciar el debate y se ha convertido en lo contrario, en un vertedero donde los internautas escupen las palabras más zafias y fuertes con el simple objetivo de ser protagonistas durante un breve periodo de tiempo. La premisa democrática y abierta al diálogo con la que se creó Twitter ha desaparecido y hay que aceptarlo. En vez de debates hay egos enfrentados; en lugar de gente, mierda. 

El corto conduce también a valorar la importancia del contexto, de lo inhumano de una ofensa gratuita que se debe pagar con la vergüenza al decirla a la cara. Porque, al fin y al cabo, Javier Marco plantea una situación hipotética: una ofensa hecha por Twitter se queda en Twitter, casi nunca sale de ese universo. Aquí sí, aquí la ofendida se hace carne y se enfrenta a su agresor, que es incapaz de reconocer sus palabras. El director muestra que, además del yo, existen sus circunstancias, pues está claro que a través de una pantalla puede decirse cualquier cosa por infame que sea, pero en directo es más complicado.

A la cara es, en definitiva, una reflexión sobre nuestro tiempo, sobre la era tecnológica y su degradación, sobre la tragedia que envuelve el aparente éxito cargado de mediocridad, sobre la importancia del insulto impune y, en última instancia, una reflexión sobre la fragilidad de la vida y las consecuencias que acarrea el pretender acabar con ella. 

Por Marcos Jiménez Gonzalez

 

Cartel A la cara

Cartel A la cara