Consulta aquí la entrevista con Iván Sáinz-Pardo, director de «Espinas»
En ocasiones, los desencuentros familiares aparecen anclados en un pasado compuesto de malentendidos, egoísmos, incompatibilidad de caracteres, falta de amor, desprecios, mentiras, tabúes, etc. Si a estos elementos se le suma además una desgracia familiar, se obtiene una tragedia en grado máximo, una tragedia que queda grabada con caracteres imborrables en el tiempo, como la firma de un cantero en la piedra, que trastocará y marcará, sin duda alguna, las vidas y sentimientos de los afectados. Algunos de ellos no podrán soportar tanto dolor sobrellevado sobre sus espaldas y optarán, en una decisión irrevocable, en ponerle fin de forma definitiva. El resto, los supervivientes, encerrados en ese bucle de dolor que les retrotrae a ese origen inamovible situado en el pasado y que les golpea una y otra vez en el presente, pierden la esperanza y la perspectiva de encontrar un bálsamo que les alivie, y al igual que las polillas, que encerradas en el plafón de una lámpara giran una y otra vez sobre el haz de luz de una bombilla, ignorando que fuera de allí hay otro espacio y otras luces distintas a las que acudir, olvidan que hay otra realidad posible y que la vida puede cambiar de rumbo en un segundo.
Con esta metáfora inicial el director de “Espinas” ya anticipa de forma simbólica el tema de este brillante cortometraje, y nos introduce en la historia de un forzado reencuentro familiar debido al previsto e inminente ocaso vital de un allegado, que consciente de su próxima partida, intenta pedir perdón por los errores cometidos y el dolor ocasionado. Ya desde la primera secuencia, seguida de la profunda voz en off de José Sacristán en el papel de sufrido padre, se consigue crear un interés por la historia, que va a continuar con la generación y progresivo aumento de la tensión del relato, con una acertada dosificación de la información mediante dos flash-backs medidos. El odio está aparentemente justificado. También las ansias de venganza. Ambos toman cuerpo en unas espinas de pescado. El contraste entre el mundo interior de la protagonista y el exterior se destaca ahora a través del sonido. A partir de este momento, todo cambia con la lectura de unas últimas voluntades. Otra voz en off, esta vez la de Julieta Serrano, incorpora el giro de guión. Lo aparentemente obvio e incontestable se volatiliza. La verdad cristalina y aplastante en un instante se desvanece. Las creencias firmes y asentadas son frágiles si en su germen fueron afectadas por la ignorancia. Aparecen nuevas razones, nuevos cargos de conciencia, nuevos sentimientos de culpa. Ahora las urgencias son otras. Sobran las palabras. En los momentos culminantes del corto, desaparecen. Adquieren ahora protagonismo la banda sonora y las miradas. Sí, porque este es un corto de miradas. Las miradas entre José Sacristán y Aitana Sánchez Gijón transmiten tanto a lo largo de toda la cinta que daría para escribir todo un catálogo de sentimientos humanos, y, también, un tratado sobre la excelencia en la interpretación.
Frecuentemente, la hipocresía social se impone sobre los sentimientos más íntimos de las personas. La constatación de este hecho debería ser suficiente para afirmar, que, en esas circunstancias, especialmente, las verdades absolutas no existen.