En un sector tan denostado casi permanentemente como el del cine, no está de más que desde dentro del ramo se reivindique la labor de todos y cada uno de los profesionales que hacen posible, de forma coral, y en donde cada departamento es vital para poner en imágenes una historia, el milagro de ver representados en una pantalla nuestros amores, anhelos, complejos, éxitos, logros, sentimientos, frustraciones, alegrías, decepciones, fracasos, etc. etc.etc. En suma, todo lo que forma parte de nuestro ser, de nuestra vida y de nuestra existencia. Pero en cine, si no hay credibilidad, todo se viene abajo, todo se derrumba, se deshace, como un castillo de arena. Y esta credibilidad se consigue desde lo aparentemente insignificante, desde el más nimio detalle, hasta la interpretación más brillante, inspirada y deslumbrante de un actor o una actriz protagonista. Pero conseguir esta verosimilitud no es fácil y lleva adosada además en numerosas ocasiones, para determinadas personas que forman parte de los rodajes, pasar calamidades de todo tipo: desde malcomer, o sufrir un trato impersonal y en ocasiones hasta degradante, carente del más mínimo respeto y educación por parte de algún subidito de tono, a sufrir los rigores de las inclemencias metereológicas.

Es de agradecer al director de este excelente corto, Toni Bestard, su reconocimiento y empatía para con ellas. Y lo hace desde un guión muy original, sin diálogos, que juega con la ignorancia del espectador, con una puesta en escena muy inteligente, en la que a través de algunos travellings se recrea en mostrarnos algunos de los aspectos negativos mencionados anteriormente.

Técnicamente, su autor también nos demuestra que en el cine como en la vida todo es relativo. Basta un simple transfoco para pasar de silueta borrosa a convertirte en protagonista. Un fondo desenfocado puede resaltar en plano a tu amor platónico o a la mujer de tu vida. Rodar el mismo plano con otro objetivo puede hacer que te pase inadvertida para siempre.

En este cortometraje el silencio (relacionado con la frialdad y la incomunicación), las apariencias, y el fingir estar hablando sin decir nada nos llevan a la reflexión inevitable de su sospechoso parecido con el mundo real, de cuestionarnos la sociedad en la que vivimos, convertidos en ocasiones en autómatas bailando al son que nos marquen, e igualmente, a preguntarnos donde comienza la realidad y donde la ficción. También a entender que en cine no todo son primeros planos, no todo son estrellas rutilantes. Al igual que los protagonistas del corto, hay que aprender a descubrir que siempre puede haber una realidad subyacente, o un amor latente, aunque sea visto a través de un paquete de palomitas.