La música es una de esas cosas sin las que la vida no sería lo mismo. Una melodía puede acompañarnos durante toda la vida o en alguno de nuestros momentos más importantes. Tal es su poder que existen estudios que muestran su eficacia para mejorar la memoria o simplemente para recordar hechos y eventos sucedidos en el pasado. Tal es esa fuerza intrínseca que hay personas que viven atrapadas y encerradas para siempre, sin poder avanzar, en un momento feliz, en una dulce y melancólica canción que resuena en Tono menor  con la mayor alegría que puede existir en un recuerdo.

El cortometraje de Iván Sáinz-Pardo es ese sencillo y tierno homenaje al pasado, esa historia a la que nos transportamos cuando escuchamos una canción como el fado portugués que escucha el protagonista de Tono menor mientras cocina con su mujer, con la que sigue viviendo en las notas suaves y nostálgicas de uno de los géneros musicales más delicados y con mayor sensibilidad que existen en el panorama, uno de los estilos que más evocan a la melancolía y al cariño que da la nostalgia. Sin un gran alarde de efectos técnicos, el sonido y la banda sonora se vuelven así esenciales, con la delicadeza y vitalidad que rebosan, para lograr su propósito: conmover al espectador y hacer que empatice con el drama personal de ese hombre mayor que vive solo, tan ajeno al mismo, inmerso en las ondas del vinilo siendo tocado, como afectado por él, tan real e inevitable como la vida misma a la que vuelve una y otra vez con sabor a Portugal. Igual que la presencia de música muestra momentos bellos aunque pasado, la ausencia del mismo y su reemplazo por los sonidos reales reflejan un presente que, aunque más vacío y solitario, es necesario seguir viviendo, tal y como refleja con mucho tacto el último plano del cortometraje.

Capaz de tocar la fibra con mucha precisión y buen gusto por los colores llamativos y la abundante iluminación que abarca la escena familiar y hogareña, Iván Saíz-Pardo firma el libreto de un proyecto que transmite sensaciones humanas tan contrapuestas como la dulzura y la impotencia con mucha naturalidad y realismo, merced a dos puntos muy trabajados y fuertes como son el guion y las interpretaciones. El primero enseña con tino y acierto lo que es una familia, tanto el calor, amor y cariño que siempre hubo y habrá entre sus miembros como el dolor, la pena y las preocupaciones cuando las cosas van mal y llegan a un punto en que es necesario pasar página, aunque eso pueda suponer algo imposible. Vivir el presente no tiene por qué significar olvidar.

Eso es lo que el hijo, David Tortosa, intenta hacer ver a su padre, Miguel Rellán, un hombre ya mayor y posiblemente afectado de alguna enfermedad. Mientras el primero realiza una interpretación enérgica, muy gesticular y creíble para con los deseos de su personaje, Rellán encarna con delicadeza, gestos pausados, silencios y miradas perdidas a un hombre que ha vivido lo que muchos quisiéramos: una vida llena de amor, amistad y belleza, y que ahora no puede salir de ese sonido eterno, de ese fado, al que su cabeza no para de llevarle una y otra vez. No en vano, Miguel Rellán tiene la única nominación del cortometraje a los Premios Fugaz 2019, como Mejor Actor, un más que merecido reconocimiento a alguien con una carrera tan dilatada como la suya en cine y televisión y que aquí demuestra que la veteranía es más que un grado, con una actuación entrañable y natural como la vida misma.

Pese al escaso número de nominaciones, ello no impide que Tono menor sea una de esas pequeñas joyas que degustar tranquilamente, con una copa de vino portugués, una tapa de bacalao y un delicado fado sonando desde el subconsciente.