Todos, o al menos la gran mayoría, hemos visto o sufrido de primera mano la lacra social del bullying, ese eterno problema del que todos nos quejamos y que parece no tener fin pese a tantos intentos. En una sociedad como la actual, donde cada día aparece en escena un nuevo e indignante caso de acoso, el cortometraje Cerdita, de la directora Carlota Pereda, es un potente y contundente grito ahogado que despierta conciencias aún dormidas y que nos recuerda enseñanzas del sangriento karma, como que, tarde o temprano, el odio y la discriminación solo generan más de lo mismo.

Con una ambientación opresiva y en el fondo desagradable, a la que contribuyen de manera decisiva el trato recibido por la protagonista de parte de otros personajes y varios planos cortos centrados en su sufrimiento personal o desde su sometido y ahogado punto de vista, alternados con planos generales o más abiertos en los que la amenaza y el peligro se personifican y hacen presentes, Carlota Pereda construye, a partir de una premisa de denuncia y crítica social, un relato que bien podría tener lugar en cualquier lugar del país en estos momentos: una chica, Sara, que quiere tomar un baño en una piscina y vive aterrorizada y con miedo ante el acoso y abuso constante que sufre a manos de un grupo de chicas que la ridiculizan por su figura. En este corto, que podría referirse a cualquier tipo de discriminación, Pereda centra su crítica exposición en la gordofobia y el acoso sufrido por todas aquellas personas gordas.

Pereda amplifica esa sensación de agobio, de asfixia vital, de realismo y de preocupación empática por el destino del personaje que interpreta Laura Galán localizando la historia en una zona de recreo boscosa, donde una piscina sucia y descuidada, llena de hojas de los árboles, puede ser una trampa mortal; y en una zona abierta, sin posibilidad de escondite, y al tiempo aislada, en la que los espacios transmiten vacíos y soledad, con iluminación natural pero algo oscurecida. En estas condiciones, los arquetipos antagónicos acechan y amenazan continuamente a esta chica con su mera presencia: adolescentes totalmente alienados por las redes sociales, el culto al cuerpo y el consumismo y disfrute a costa de sentirse superior a los demás, hasta el punto de la humillación y del peligro físico y psicológico para la víctima. Una puesta en escena efectiva y contundente por todo lo dicho, para transmitir esa sensación de peligro latente y constante que cualquier niño o adolescente puede sufrir, y que funciona de perfecto altavoz visual para amplificar el mensaje de alerta y denuncia. Catorce minutos de agonía que culminan en un final plenamente climático para la trama y aleccionador para el espectador, el cual admite una lectura clara para quien sepa apreciar la lección del karma en su versión más violenta: el odio solo genera más odio y nadie puede salir nunca bien parado de algo así.

El guion, de parcas pero reveladoras palabras, se centra de la forma explicada en lo visual, limitando los diálogos e interpelaciones a los personajes antagonistas, que se burlan, recrean y regodean en el aspecto y pánico de Sara y generan el conflicto de la historia al amenazar su integridad. Sara, por su parte, escucha atentamente y no dice una sola palabra en todo el metraje. Para contribuir intrínsecamente a la potencia del guion y de su mensaje de denuncia y al sentimiento de empatía hacia Sara, el personaje afectado por el acoso se muestra así, hasta el final, sin líneas de diálogo, para escenificar el miedo incapacitante de cualquier víctima y el hecho de estar expuesto continuamente a sus agresores. Una muestra inequívoca del temor que siente cualquier persona en esas situaciones y que vive experiencias de este tipo, hasta el punto de no atreverse a alzar la voz y con el deseo de que la dejen en paz mediante la sumisión a los matones.

Respecto a las actuaciones, destaca sobre las demás la temerosa y silenciosa interpretación de Laura Galán en la atribulada y atacada piel de Sara, que transmite sin palabras y a través de sus gestos, huidas y miradas el miedo más absoluto ante el bullying. En los demás papeles, se reproducen de manera pedagógica el resto de roles. Por un lado, el grupo de chicas más populares y crueles, entre las que se incluye una antigua amiga de Sara, interpretada por Elisabet Casanovas, que no está cómoda pero sigue siendo culpable de no intervenir ni defenderla, en lo que podría ser una representación de aquella persona culpable que, por presión social, no hace nada para ayudar pese a estar en la posición de hacerlo. Por otro lado, estaría el grupo de chicos matones que actúan y discriminan en manada, tan conocido últimamente, por desgracia. Mención especial para otro papel, el del actor Paco Hidalgo, otro de esos personajes silenciosos, sin líneas de diálogo, víctima, con muestras de haber sufrido bullying y acoso en el pasado y que ahora encarna esa máxima de que el odio genera más odio futuro.

Ganador en la pasada edición de los premios Goya en la categoría de Mejor Cortometraje de Ficción, Cerdita parte, merced a la merecida fama adquirida, con relativa ventaja de inicio en las nominaciones en que concurre en estos Premios Fugaz, a saber: Mejor Cortometraje, Dirección, Guion y Actriz para Laura Galán. Muchos reconocimientos recibidos para un corto con alma de película y que debería ser de exposición y enseñanza en todos los institutos de este país. Las causas, efectos y consecuencias del bullying, en este caso por gordofobia pero equiparable a cualquier acoso con independencia del motivo, ya las conocemos. Ahora falta educar más si queremos cambiar algo.