Hoy día, la valentía está en riesgo. Cada vez hay más control en Internet y más problemas para no quedar señalado cuando se denuncia una injusticia. Por ello, antes que nada, quiero subrayar el gran mérito que tienen el director y guionista David Macián y su obra Zero, uno de los cortometrajes con más carga de crítica y denuncia social de esta edición de los Premios Fugaz, el cual, si bien no es el único, deja claro su mensaje no solo en cada línea de diálogo, también en la dedicatoria posterior de los créditos: apoyar a los trabajadores afectados por el ERE de Coca-Cola. Sí, Coca-Cola. Con nombres y apellidos.

Con el trasfondo del ERE realizado por la compañía, Macián nos presenta de manera casi teatral, en una única estancia, a dos personajes responsables de las ventas de la empresa, a punto de entrar a una reunión con sus jefes y con un serio e inesperado problema: sin saber por qué, un pueblo entero lleva ya un tiempo sin comprar ni consumir ninguno de sus productos. Ante la duda inicial de cuál será el motivo, si será como protesta por el ERE o si están siendo testigos de una mera aunque improbable casualidad, el guion va desarrollándose de forma coherente y a buen ritmo de conversación pausada pero inteligente y atractiva, mostrando desde el inicio dos personajes bien definidos y delineados, complementarios y unidos pero en el fondo contrapuestos: el interpretado por Josean Bengoetxea, sin escrúpulos, preocupado por egoísmo profesional únicamente de lo suyo y de lo bueno para la compañía, y el que encarna Javier Gutiérrez, un subordinado con el que es más fácil conectar como espectador, al que le da un poco más igual todo, que solo quiere trabajar e incluso se pone en la piel y de parte de los trabajadores afectados en cierto momento. A lo largo de los nueve minutos que dura Zero, las frases de ambos nos hacen reflexionar sobre desigualdad, abusos de poder, complicidades necesarias de gente como nosotros y de qué sería capaz la gente si fuera consciente de su poder, si estuviera dispuesta a actuar más a menudo como un colectivo contra las numerosas injusticias que vemos diariamente.

Este tipo de proyectos, de gran carga y mensaje, funcionan casi siempre mejor así, tal y como está hecho Zero: de manera austera y sencilla, como la premisa en la que se basa, con pocos medios y dejando la mayor parte del espacio visual a interpretaciones y guion. Es por ello que no exageramos si decimos que el peso del cortometraje recae totalmente en las interpretaciones de Bengoetxea y Gutiérrez. Mientras el primero se muestra agresivo en el tono, contundente en los gestos y afirmaciones y con fuerza en un papel de rasgos autoritarios, el segundo, acreedor de la única nominación del cortometraje en estos Premios Fugaz – Mejor Actor-, actúa con la sencillez en los movimientos y la voz insegura de quien está cansado de la situación y solo quiere que todo acabe ya de una vez. Ambos mantienen un debate dialéctico a base de matices, en busca de una solución adecuada y satisfactoria, como si se tratara de un duelo interpretativo de altura en el que la tensión dramática y la fuerza de la incertidumbre mantienen la atención del espectador en la pantalla.

Al hablar de la parte más técnica, hay que decir que, pese a que no posee ni necesita ofrecer un gran impacto ni alarde visual, cuenta con detalles bastante interesantes de comentar. Además de con un vestuario ejecutivo y una iluminación adecuada, cerrada y oscura propia de un despacho, la parte más técnica destaca en los planos cinematográficos con que el director trata de reflejar la forma de ser y los sentimientos de sus protagonistas, alternados mediante la técnica del plano contraplano: primeros planos, planos muy cortos y cerrados para mostrar sus expresiones de asombro, incredulidad y enfado, sus dudas e inseguridades y sus opiniones internas y ética al respecto del trasfondo que subyace tras ese boicot sin confirmar, ya sean enfocadas en la resignación a no poder arreglar la situación o en la justificación de que fue decisión de la empresa.

En definitiva, un cortometraje necesario con el alma crítica de cineastas como Ken Loach, Mike Leigh o Costa-Gavras, que no dejará indiferente a nadie y con el que merece la pena reflexionar: pase lo que pase, siempre habrá algún tipo de abuso de poder, de la misma forma que siempre habrá alguna forma de protestar.

Estéticamente hablando, se ha plasmado la historia con un estilo más cinematográfico que “Furtivos” y “El 7o Día”, realista pero con influencias del western y el thriller. Al ser una historia de personajes, a la hora de rodar, quien mandaba eran los actores, la cámara siempre los seguía, nunca al revés. Todo para conseguir el realismo buscado, un realismo que la fotografía de Miguel Leal ha potenciado y llevado hacia el género con una atmósfera densa y muy trabajada usando ópticas muy cinematográficas (Mitchell Superspeed Baltar. Muy usadas en los años 70) y rodado en 2,35:1 (con la cámara Arri Alexa Mini).

Entre las referencias de este cortometraje encontramos “Perros de Paja” (“Straw Dogs” Sam Peckinpah. 1971) y “12 hombres sin piedad” (“12 Angry Men” Sidney Lumet. 1957), un drama bastante intenso y claustrofóbico con toques de thriller que sucede en el interior de un bar aislado en plena transición española. Como en “Perros de Paja”, se pretende mostrar la dicotomía y la distancia que existe entre la cultura rural-conservadora y el progresismo urbano-civilizado.