Vivimos tiempos convulsos, crispados, violentos y tremendamente machistas. No hay más que echarle un vistazo a cualquier telediario o medio digital, o escuchar tan solo el sumario del boletín de radio, para darnos cuenta de que el odio y la brutalidad, especialmente hacia las mujeres, está a la orden del día. Y quien no sea capaz de verlo, o tiene los ojos llenos de mierda o sencillamente miente.

Una noche, volviendo a su casa, Diana es asaltada en plena calle. Y del terror pasa a la acción. Algo cambia. Algo es distinto. Ella no es una superheroína ni tiene una fuerza física particular como para repeler a su agresor. Tampoco tiene una mentalidad fuera de lo común. Pero algo cambia en ella. Fijaos en sus ojos: lo dicen todo.

Fotograma de "Dana"

Fotograma de «Dana»

Diana decide que algo debe cambiar. No, mejor dicho: que algo va a cambiar. Y se tomará la justicia por su mano. No es odio hacia el género masculino -de hecho, su mejor amigo y única persona de confianza es un hombre-, sino un grito silencioso y visceral contra un estatus que se sostiene desde hace milenios en cualquier sociedad. Es un “basta ya”. De ahí que, sin ella pretenderlo, otras mujeres le imitarán. Es una revolución desde la venganza. Es una revuelta desde las tripas. Y no hay quien la pare.

‘Dana’ puede resultar incómoda tras un primer visionado, pero ese es precisamente su gran hito: retorcernos la cabeza, hacernos incómodo el asiento, romper ideas preconcebidas y haciéndonos reflexionar sobre si moralmente podemos justificar o no a la protagonista. Es fácil criticar y rechazar el ojo por ojo desde la comodidad del sofá, pero Diana, ya con esa mirada que se clava en el espectador desde el cartel, nos interroga sin remisión: “En este mundo tan sumamente heteropatriarcal y misógino, ¿qué habrías hecho tú?”.

Quizá, desde un punto de vista formal, sea fácil sacarle algunas pegas a la película. Pero su capacidad de taladrarnos el cerebro con planteamientos que seguramente nunca querríamos hacernos y la arrolladora fuerza de su indómita protagonista, una Thais Blume que es rostro, cuerpo, alma y espíritu del cortometraje, convierten a ‘Dana’ en una de las propuestas más arriesgadas y, por ello, más merecedoras de nuestro aplauso. Porque necesitamos más proyectos así de valientes. Porque, queramos o no, con más ‘Danas’ nos replantearíamos un nuevo paradigma.