Consulta aquí la entrevista con Susan Béjar, directora de «Distancias»
Últimamente, los medios de transporte, metro, autobús, etc., son estupendos vehículos narrativos de historias humanas y personales muy interesantes, espacios cerrados donde se juntan personas de condiciones y situaciones tan variopintas como complementarias. Con cierto regusto a aquel genial cortometraje llamado La historia de siempre de José Luis Montesinos, la directora y guionista Susan Béjar aporta su granito de arena a esta especie de subgénero con un conmovedor y revelador relato acerca de esas Distancias aparentemente insalvables llamadas prejuicios, esos kilómetros de indiferencia que a la hora de la verdad se derriban con palabras y sentimientos, con cariño y comprensión y sobre todo con palabras frente a silencios incómodos.
En el espacio cerrado del metro, la cámara enfoca las caras y actitudes de los habituales pasajeros conforme van entrando y saliendo otros transeúntes, los gestos de desagrado que plasman en el exterior de una persona sus miedos y sobre todo sus recelos y prejuicios, esas distancias entre personas de distintas nacionalidades y condiciones sociales. De manera minimalista y con un aprovechamiento perfecto de los recursos y del escaso espacio disponible, los planos nos transportan al interior de sus personajes y al prototipo de los mismos durante todo el corto, antes, durante y después de la entrada del personaje clave sobre el que gira la historia, el de un indigente con apariencia de tener algún problema mental y que actúa como tal. Inmediatamente, se forman los típicos espacios y vacíos en los asientos de su alrededor, hasta que una mujer comienza un brillante diálogo con dicho hombre y se produce el efecto sanador y catártico de la historia, un efecto que ya querríamos que se explayara y extendiera fuera de un vagón de metro. El peso del corto recae entonces en las actuaciones de Ana Villa y Edu Rejón, quienes sacan todo el potencial de dos personajes rotos que tratan de no desquebrajarse más y de salir adelante como buenamente puedan y les dejen.
A través de sus palabras y su comportamiento cariñoso y comprensivo, la mujer cuenta su propia experiencia llena de problemas personales al tiempo que consigue que el indigente pueda mostrar sus propios traumas, los cuales, pese a sus limitaciones a la hora de expresarse, al tratar de salir de su bloqueo, llegan a entendimiento del resto de pasajeros, quienes poco a poco se ponen en su piel y empatizan con él hasta regresar paulatinamente a sus asientos cerca del pobre hombre, que seguramente ya no se siente tan abandonado. Continuando lo que decíamos al hablar de los primeros y medios planos sobre los personajes, ese interior que nos muestra evoluciona de manera clara a raíz de la desaparición del miedo, de la comprensión de las situaciones y sobre todo del cariño y amor que pueden llevar a que una persona recupere poco a poco la cordura y a que vuelva a sentirse uno más con el tiempo. Los medios técnicos están plenamente al servicio total de un guion cálido, humano y lleno de buenas intenciones, una hermosa fábula con un mensaje social importante sobre esas distancias invisibles que creamos nosotros mismos y que se recorren mucho más fácilmente incluso sin necesidad de usar transporte público. Porque, como bien dice la sinopsis, la realidad es que puede que todos estemos un poco locos, y la solución puede estar mucho más cerca de lo que parece, concretamente estando cerca los unos de los otros.
Ese aprovechamiento tan efectivo de los medios y esa facilidad de transmitir sensaciones humanas y construir una historia con poco, con la imagen centrada en los personajes y un pequeño diálogo capaz de decir mucho, fue recompensado en los recientes Premios Fugaz con el Premio a Mejor Dirección para Susan Béjar, un galardón más que merecido y que augura un gran futuro como directora con una mirada propia y personal. Porque las Distancias, como bien nos ha enseñado, no son más que una parte de nosotros, una barrera que salvar y una palabra que decir.