Hoy día los pueblos están de moda, especialmente desde la pandemia. Su ritmo de vida más sencillo y saludable es lo que la mayoría querríamos para nosotros. Pero los pueblos también representan otras cosas en nuestro país a las que no querríamos volver, a esas tradiciones tan típicas de fiestas de verbena que nunca se cuestionan por viejas, que son graciosas para unos y vergonzosas para otros y que en Tótem Loba refieren y simbolizan al machismo disfrazado de juego y diversión, aunque nada más lejos de la realidad: no puede haber nada divertido en que una chica acabe aterrorizada y pasándolo mal en nombre de lo que siempre se ha venido haciendo en el lugar de turno.
Sin duda, una idea transgresora y que empodera, que debe llegar más lejos aún después de que Verónica Echegui, guionista y directora, inspirada en una historia personal de su pasado para plasmar este proyecto, ganara el Goya a Mejor Cortometraje de Ficción en la pasada edición de los premios. El alter ego de la directora es Estíbaliz, interpretada de manera convincente, emotiva y empática en sus miedos y preocupaciones por la actriz Isa Montalbán, un personaje que va de visita al pueblo de una amiga para sus fiestas y para pasarlo bien durante un fin de semana hasta que, en medio de la noche, comienza una siniestra tradición en la que los jóvenes se dedican a perseguir disfrazados de lobos a las chicas del pueblo. Lo que para las habitantes y oriundas del lugar es incluso motivo de orgullo en un primer momento bajo el prisma del folclore típico de la localidad y del hecho de ser de allí, para cualquiera que no lo sea es algo terrorífico y que escapa a cualquier lógica. Obligada por el entorno a participar, Estíbaliz tratará de pasar la noche y el día siguiente sin ser cazada por la manada.
Ese mensaje feminista es la principal baza de un inteligente guion como este, que utiliza las reglas del thriller y el terror de persecución a campo abierto de películas slasher o de sagas como La purga sin llegar al desenlace macabro y sangriento de los mismos, pero sí generando una tensión e incomodidad que muestran la delgada línea que puede haber entre el juego y la locura, entre la tradición inocente e inofensiva para unos y la barbarie sin sentido que puede incomodar a otros. En definitiva, una crítica eficaz y constructiva al machismo, a la normalización de muchas conductas que nunca se cuestionan basadas en los roles de poder y a las que las mujeres se ven abocadas porque, como en el caso del pueblo y como en muchos otras situaciones cotidianas, es lo que siempre se ha hecho, algo que no puede cambiarse si no hay una transformación más interna en las propias personas desde jóvenes, en las almas intrínsecas de los pueblos en definitiva. Inevitable no pensar tampoco en una versión moderna de Caperucita roja y el lobo en la que ella, nuestra protagonista, acaba finalmente despertando, primeramente reaccionando para defenderse y sobrevivir, y posteriormente ignorando al lobo no tan feroz y a su manada y haciendo su propia vida, ajena a los miedos, a las costumbres y al entorno aún hostil en el fondo, una vez que las caretas se han caído y se ven las cosas como son.
Con unos parajes y luces naturales bien reconocibles en cualquier lugar de la geografía española, abunda la iconografía típica de pueblos, habitantes, figuras religiosas y viviendas que podríamos ver en nuestra propia cercanía, pues bajo lo que conocemos y tenemos al alcance de la mano siempre puede subyacer la oscuridad y el miedo más irracional y sincero, incluso a plena luz del día y en los parajes más aparentemente inofensivos y bellos. Frente a ello, la naturaleza y vegetación que nos rodea y la simbología de los animales, lobos y lobas, aparte de para representar a los agresores también para mostrar ese tótem o símbolo de resistencia al grupo como persona individual, son la vía de escape que puede encontrar la protagonista. Todo ello es un ejemplo perfecto de la parte técnica puesta al servicio de la narración, enseñando en definitiva que en los lugares donde hemos podido vivir siempre puede haber espacio para escapar y resistir.
Una parte técnica del cortometraje que, además, acumula por ese buen hacer varias nominaciones en estos premios Fugaz, a Dirección de producción, Dirección de fotografía, Montaje y Sonido. Del resto de nominaciones se incluyen las de Mejor Cortometraje y Mejor Dirección novel, la de una Verónica Echegui que en su primera realización como directora muestra que aún queda mucho por contar y, sobre todo, por cambiar para mejor.
Por Joseja Martínez