cortometraje videoarte triptico

La flexibilidad del formato corto dificulta la exquisita tarea de clasificar las diferentes vertientes artísticas que lo utilizan: desde el cortometraje más Hollywoodiense a las obras etiquetadas como ‘cine experimental’ o ‘videoarte’.


La videoartista Isabel Pérez del Pulgar ha ganado varios premios por unas obras que se debaten entre la búsqueda, la investigación y la experiencia y que se han expuesto en más de veinte exposiciones por toda Europa.

Albert Merino ha creado una colección de unas veinte obras que transforma la cotidianidad y que ha mostrado en exposiciones propias por todo el mundo.


De la pintura al videoarte

La principal diferencia entre el videoarte y el cortometraje más convencional la encontramos en el origen de los artistas: tanto Isabel Pérez del Pulgar como Albert Merino encuentran su inspiración en la pintura.

Isabel empezó «un desaprendizaje formal, conceptual e intelectual de todo lo aprendido, al abrigo de encontrar mi propio lenguaje». Una reformulación artística que encontró en el lenguaje audiovisual «un enorme campo de experimentación e investigación que no encontraba en las disciplinas artísticas tradicionales».

Elemento inestable, de Isabel Pérez del Pulgar

Por su parte, Albert define un paralelismo revelador entre videoarte y pintura: «tengo la visión del lienzo en blanco tanto al pintar como al hacer videoarte». Un acercamiento, asegura, vinculado al carácter compositivo de ambas disciplinas y que encuentra en los programas de manipulación de la imagen su lienzo, sus pinceles y su paleta de colores particular.


«El videoarte es más cercano a la poesía y el cine a la prosa»

El aspecto compositivo ha sido siempre una característica intrínseca a la construcción de planos cinematográficos. Eso sí, las diferencias entre cortometraje y videoarte son muchas en este y otros sentidos.

Por ejemplo, Albert bebe del surrealismo y tiene a día de hoy una veintena de obras. Incide en el aliciente de transformar el concepto de pintura en un formato en movimiento, ya que «los diferentes sujetos de la composición audiovisual pueden jugar entre ellos. Muchas cosas pasan simultáneamente, al igual que cuando una persona mira un cuadro».

La ciudad y el otro, de Albert Merino

Por otro lado, Isabel no busca entregar un mensaje concreto o hacer una denuncia deliberada como pasa con algunos cortometrajes. Asegura que «lo interesante y mágico es cuando aparece una interrelación, ya sea sensorial, emocional o intelectual, con la subjetividad y experiencia del otro». Ella busca establecer «un diálogo más allá de las palabras».

Y es en esa prioridad en la búsqueda de esta conexión donde encontramos la principal diferencia con los cortometrajes que estamos acostumbrados a ver. Una singularidad que deja en segundo plano la narración lineal y la cadena de producción habitual de una película. La intención del videoartista, señala Albert, «no es brillar en lo técnico, sino que hable, que juegue, que pueda llegar al espectador».

Isabel apunta también que disciplinas como el cortometraje, el videoarte y el cine experimental comparten «una cadena de trasvase de la cual todos ellos se nutren de manera formal y conceptual». Un traspaso de ideas que hace difícil establecer categorías, para lo que Albert propone una comparación más: «el videoarte es más cercano a la poesía y el cine a la prosa».


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Videoarte de precio indefinido con una exhibición muy particular

Pero la característica más diferenciadora y definitoria del videoarte es, con toda probabilidad, su venta y distribución. Albert señala que la intención más inmediata del videoarte «es que alguien compre las obras», una adquisición con precios muy dispares que no tienen límite y que dependen del caché del videoartista.

Sin embargo, Isabel opina que «este modelo de mercado queda obsoleto directamente si nos referimos a la comercialización de videoarte. Sería necesario establecer nuevas formas de adquisición y valoración, más acordes a los cambios que se están produciendo con los nuevos circuitos de distribución en la red».

Y es que la exhibición, venta y distribución de videoarte están sujetos a dos condicionantes: por un lado, la mutabilidad constante del formato y su aplicación indiscriminada a cualquier disciplina artística; por el otro, una digitalización que dificulta la unicidad pero que salva la obra de la constante e irremediable caducidad de los formatos.

La exhibición es tan libre como uno quiera

cortometraje videoarte musical

Música moderna y videoarte en una peculiar proyección

Si hay algo que diferencia al cortometraje del videoarte es cómo se muestra al espectador. Albert Merino señala que «el cine es un formato monocanal con una limitación determinada, mientras que las obras de videoarte suelen estar expuestas continuamente en bucle con elementos escultóricos, un díptico, un tríptico u otras instalaciones».

cortometraje videoarte

El monitor es un anacronismo, su contenido tal vez no…

En la mayoría de los casos, el artista vende el audiovisual y el comprador decide cómo se expone, aunque el primero puede dar una serie de apuntes o recomendaciones. Aún así, al ocupar un espacio determinado, las obras de videoarte solo pueden exhibirse en lugares adecuados. Isabel Pérez apunta que esto dificulta su conservación y que muchas de ellas son «obras efímeras o adquiridas por centros de arte o museos, que serían los encargados de su conservación».


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La unicidad de la obra y la lucha contra la obsolescencia

A los inconvenientes en la exhibición y la conservación se suma la cuestión de la digitalización. Lo digital se puede duplicar y expandir tanto como se quiera, pero este afán por el copiar-pegar y la transmisión en redes sociales termina con una de las características intrínsecas del arte: la unicidad -o, como mínimo, la serialización- de la obra.

El gran arsénico, de Albert Merino

Aquellos videoartistas que deciden no colgar en abierto sus obras en la red, precisamente para preservar ese concepto único de obra, luchan constantemente contra la caducidad de los formatos. Albert Merino apunta que «el peligro de hacer piezas limitadas es que los formatos de hace 30 años se están quedando obsoletos. El DVD dejará de ser leído de aquí a 10 años».

Es un combate que se prevé sin final porque lo conectado se comparte fácilmente, pero no tiene esa exclusividad que, por su parte, podría perderse en la siguiente actualización de formatos. «Todos podemos tener un fondo de pantalla con la Mona Lisa, pero al final el original está perfectamente conservado en el Louvre». Encontrar esa solución entre unicidad, preservación y exhibición original parece complicado para un arte, además, difícil de entender.

El videoarte es cortometraje, pero con unas reglas totalmente distintas

Si ya existen cortometrajes de difícil digestión para el entrenado ojo del espectador occidental, con el videoarte la comprensión es todavía más difícil. Isabel relata que el «público mayoritario simplemente ignora de qué se trata o lo confunde con otras creaciones audiovisuales». Albert añade que el espectador «suele decepcionarse porque no encuentra esa narratividad del cine y porque no perdona los defectos técnicos».

Acciones nómadas, de Isabel Pérez del Pulgar

Hay que tener en cuenta que, mientras el cine suele ser un trabajo colectivo con un presupuesto, una obra de videoarte puede ser realizada por un único artista con su cámara. Objetivos distintos y lenguajes exclusivos de una disciplina artística que, bien por sí misma o como complemento, no deja indiferentes a aquellos que se atreven a mirar, sin prejuicios, una obra de videoarte.