Han pasado ya casi dos años desde que un joven y prometedor Eduardo Casanova estrenase Pieles, su primer largometraje, cargado de una fuerza estilística incuestionable, de la que hace gala en todos sus trabajos. Aunque conocido por este largo extraordinario, su carrera como realizador va de la mano del cortometraje, de filmes personales y extravagantes como Amor de MadreFumando esperoEat My Shit o el fantástico Jamás me echarás de ti, brillante por su crudeza y reflejo de una sociedad que, bella por fuera, demuestra estar enferma en su interior; contrastes que Casanova expone además en su ópera prima y que conforman parte de su estilo, a caballo entre el esteticismo, lo Kitsch y lo Camp. A pesar de su corta edad, tiene un estilo muy definido, basado en la exageración visual y en la exposición de un batiburrillo de elementos que conforman un trabajo inconfundible. Es, desde luego, una de las jóvenes promesas del cine español, que bebe de los aspectos más grotescos de Álex de la Iglesia (productor de Pieles) y de los elementos más horteras (Kitsch) de Almodóvar.

El cortometraje Lo siento, mi amor, por el que está nominado a cuatro categorías en los Premios Fugaz, está impregnado de todos estos rasgos y, además, tiene uno nuevo: la ficción, el alejamiento total de la realidad y el planteamiento de unos sucesos históricos que, habiendo ocurrido, Casanova se los imagina de manera distinta, haciendo visible la máxima de que la realidad no le interesa y le parece aburrida. Protagonizado por Jackie Kennedy (Sara Rivero) y el extraterrestre de Roswell (Javier Botet) como dos amantes, la historia narra el plan para matar al presidente Kennedy, que variará mucho de la versión “oficial”. Desde el principio, la importancia otorgada a todo aquello que tiene que ver con la conspiración es notable, tanto en la historia como en el decorado, repleto de detalles relativos a la cultura estadounidense que invitan a la intriga social (el símbolo de la masonería, una foto de las Torres Gemelas, otra de Lincoln etc.), así como la presencia de lo triangular, del triángulo como símbolo religioso, masónico, en este caso, y óptimo para representar visualmente la conspiración. La mayor parte del decorado está compuesto por objetos triangulares: desde la lámpara, pasando por los cojines, hasta el cabecero de la cama, en la que el extraterrestre forma con sus manos una figura triangular; el propio relato gira en torno a un triángulo amoroso, si rebuscamos entre símbolos. Si la conspiración, tan extravagante como surrealista, es el elemento central de la historia, el estilo personal, la marca “Casanova”, se encuentra de principio a fin, mediante la exposición de elementos muy comunes en su obra.

En primer lugar, el color rosa, casi registrado por el director, que supongo le supone una obsesión. No es casualidad que el vestido de Jackie el día de la muerte de su marido fuera de este color, cosa que encaja perfectamente con la justificación de Casanova para usarlo tanto: mostrar cosas grotescas y crudas que, en rosa, se digieren mejor. Otro rasgo que le dota de ese estilo tan exclusivo es la mezcla de elementos que forman parte de tradiciones culturales distintas y que él aprovecha, juntándolos, convirtiendo así su trabajo en una aberración realmente atractiva. Aquí podemos incluir la música, pero también el decorado y las imágenes, los cuales aglutinan una serie de contrastes que ayuda a sostener ese eclecticismo armonioso que le caracteriza. En los primeros minutos, por ejemplo, que comienzan con “Lacrimosa”, de Mozart, son notables las oposiciones entre lo obsceno y lo considerado, entre lo grotesco y lo elegante: un crucifijo se cae de la pared mientras el extraterrestre sodomiza a Jackie y, a acto seguido, se ve su vestido, pulcro y perfectamente colocado, al lado de una primera dama desnuda, lasciva y, por supuesto, bañada en lágrimas. Al contraste icónico se sumará el musical, al sonar la canción de Rocío Jurado que da título al cortometraje.

Es aquí cuando se produce la mezcla cultural más brusca, ya que la propia Jackie entona, con la voz de la famosa cantante, “lo siento, mi amor, hace tiempo que no siento nada al hacerlo contigo.” En este punto el espectador ha recibido tantos estímulos que no sabe ni por dónde empezar a ordenarlos; sin embargo, se encuentra ante la exageración que forma el estilo de Casanova y que es su punto fuerte: por eso podemos situarlo en líneas estéticas como lo camp, en las que la exaltación de lo horrible y de lo grotesco, así como la convivencia con su polo opuesto, es bella y buena. Para el director la virtud se encuentra en la exuberancia, en la pomposidad y en la confluencia de elementos que aparentemente no tienen nada que ver (después de cantar por Rocío Jurado, Jackie y el extraterrestre tienen una conversación en inglés), de ahí que su fortaleza como cineasta se encuentre en las formas, en lo visual. Las imágenes son crudas y difíciles de asimilar, pero el color rosa ayuda a entender una realidad que, horrible e hipócrita, parezca preciosa y “cuqui” a primera vista. Volvemos a ese contraste en el que la crueldad esta embellecida y donde tanto Mozart como Rocío Jurado, así como el extraterrestre y Jackie, comparten escenario.

Lo siento, mi amor es un trabajo que confirma algo que los enamorados del feísmo y de ese desorden armónico sospechamos desde hace años: que no siempre es necesaria la sencillez para encontrar la belleza y que los cantos a lo freak perduran en el tiempo, desde La parada de los monstruos hasta Pieles, desde Todd Solondz a Eduardo Casanova.